jueves, 22 de abril de 2010

Arte Neoclásico en el Perú

Arquitectura

La arquitectura colonial peruana nació a partir de modelos peninsulares y europeos, con el devenir de los años logró afirmarse como una arquitectura con personalidad propia, y única en América.
La fundación de ciudades españolas fue el inicio de la ocupación del territorio andino. Sobre las antiguas ciudades prehispánicas se asentaron los primeros poblados españoles y en ellas plasmaron su ideario del mundo conocido. Las primeras construcciones en edificarse fueron el cabildo, la catedral y las casas alrededor de la plaza mayor. Las construcciones más cercanas a la plaza eran propiedad de los vecinos que habían sobresalido en las empresas de conquista. Sin embargo, son pocos los ejemplos de arquitectura del siglo XVI. Sólo algunas casas o patios ubicados en Lima o Cuzco o algunas iglesias en provincia son la única muestra de las construcciones de aquella época. Del siglo XVI destacan: la casa de Jerónimo de Aliaga (Lima), La Merced (Ayacucho), Iglesia de San Jerónimo (Cuzco) y la Asunción (Juli, Puno).

El siglo XVII estuvo marcado por la llegada del barroco. Este estilo llegó al Perú en un momento de gran madurez artística de los alarifes afincados. La reinterpretación del estilo y su adaptación al medio local hicieron que el virreinato del Perú se convirtiera en la expresión del barroco americano. La riqueza del barroco peruano radica en la diversidad de interpretaciones, pues se adaptó y utilizó elementos de las principales ciudades del virreinato (Lima, Cuzco, Trujillo, Puno, Arequipa, Cajamarca, etc.), pero también tuvo que adaptarse a una serie de factores que lo condicionaron, especialmente en el ámbito económico.

El virreinato peruano tuvo una diversidad de centros arquitectónicos importantes. Las tradiciones y elementos regionales permitieron el desarrollo de escuelas y de áreas de influencia. Cuzco, Arequipa y Puno fueron las que difundieron las principales técnicas constructivas locales. En estas ciudades hubo una búsqueda de lenguajes propios alejados del barroco y de su realismo, experimentando en muchos casos con la naturaleza y los elementos bucólicos andinos. Un ejemplo sería la portada de La Compañía, en la ciudad de Arequipa.

Escultura

La escultura, al igual que todas las artes, fue introducida al virreinato peruano por la iglesia. Desde el comienzo tuvo una función práctica: sirvió como una herramienta eficaz en las campañas de evangelización y de extirpación de idolatrías durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. El Concilio de Trento (2563) se encargó de dar las directrices para la buena utilización de las imágenes en la difusión de la fe católica. Así, la virgen María, Jesucristo y los principales santos debían tener un papel hegemónico en las iglesias y conventos.

En el siglo XVI el renacimiento tardío continuaba inspirando a los artistas locales. Utilizaron para sus primeras obras madera, mármol, piedra, marfiles y metales, aunque muchas veces tuvieron que importar los materiales del reino español. En Lima surgieron varios talleres que satisfacieron la demanda de los encomenderos y también de las órdenes religiosas, porque necesitaban producción artística, ya sea para la decoración de sus nuevos templos e iglesias o para el adoctrinamiento de indígenas.

El siglo XVIII se caracterizó por la introducción de nuevas técnicas en la elaboración de esculturas. Destacó la técnica de la tela engomada, ya que lograba darle un efecto muy realista a la obra. Santos, vírgenes, ángeles y arcángeles fueron realizados con esta técnica que fue muy popular en el virreinato peruano.

Pintura

Las diferencias entre el simbolismo andino basado en una concepción geométrica de la realidad y el realismo español, no permitieron una adecuada interpretación de las obras producidas antes de la llegada de los peninsulares. La tradición de la que provenían los españoles no exigía un conocimiento previo de los elementos, bastaba mirar la pintura para entender el mensaje del autor. En cambio, la tradición andina exigía un conocimiento de los símbolos que muchas veces estuvieron restringidos a un sector elite.
Ante esta situación, los indígenas fueron apropiándose poco a poco del lenguaje artístico traído por los españoles. Otros, los más hábiles, lograron plasmar sus creencias en pinturas representativas de la sagrada familia, superponiendo para ello elementos andinos sobre figuras sagradas.

Las pinturas jugaron un rol importante después del primer desencuentro entre las tradiciones españolas e incaicas. Los peninsulares se dieron cuenta de este gran obstáculo y decidieron romper la falta de comunicación entre ambos grupos por medio de la pintura. En la etapa de evangelización, los cuadros de la sagrada familia, de Cristo crucificado, de santos y mártires fueron utilizados como herramientas para la enseñanza de la fe católica. Así, durante la segunda parte del siglo XVI, la pintura al igual que otras manifestaciones artísticas fueron monopolizadas por la iglesia. Con el objetivo de una mejor evangelización, encargaban muchos cuadros con temas específicos (inspirados en la sagrada familia, pasión de Cristo, etc.) a los más importantes talleres andaluces y sevillanos.

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